lunes, 6 de enero de 2014

Noche de Reyes



Un vientito fresco entraba por la ventana. Ya era tarde y todavía no me iba a dormir, seguía dando vueltas y mas vueltas por la casa. Fui apagando luces, bajando persianas, y antes de acostarme agarré mis sandalias y las puse bajo la ventana. Como algo lógico y sagrado a la vez. Con la seriedad de quien cumple con un rito, y la alegría de quien mantiene una buena costumbre. Claro, si era noche de reyes, ¿que otra cosa podía hacer? 
Lamenté no tener pastito en mi balcón francés para dejarles un poco a los camellos, y me quedé un rato contemplando el cielo, buscando alguna estrella muy muy brillante, que pudiera parecerse a la de Belén.
Las noches como esta son noches largas, en las que cuesta conciliar el sueño y en vano nos cantan "changos y chinitas duermanse". Pesan los párpados de todos los niños que intentan mantenerse en vela, para ver a estos tres reyes magos que vienen de tan lejos a adorar al Niño. Y bueno, finalmente nos vence el cansancio y quizás, si tenemos un poco de suerte, los vemos en sueños. Así me fui a dormir yo, como cuando era chiquita, pensando en estos sabios personajes de atuendos brillantes, de sedas y brocados, y cabalgadura extraña.
Grande fue mi desilusión a la mañana siguiente, cuando fui a mirar y no había nada dentro de las sandalias, y ni un rastro siquiera de los ansiados visitantes. Me enojé un poquito conmigo misma, mientras pensaba que yo era grande para seguir teniendo en cuenta estas cosas, que la gente crecía y se volvía seria, y yo debía de una vez por todas, hacer lo mismo. 
Desayuné, me vestí y sali. Era temprano, pero quería aprovechar el día. Caminé hasta lo de papa y mama, para regar plantas y ver que la casa estuviera en orden mientras ellos estaban de viaje.
Entré y prendi rapido algunas luces. No me gusta nada ir a casa cuando no hay nadie. Hay un silencio extraño, al que no están acostumbradas esas paredes.
Me acerqué a la ventana para subir la persiana y con sorpresa descubrí unas alpargatas mías viejas sobre la repisa. ¡y sobre ellas había un paquetito! Claro, los Reyes Magos habían ido a donde tenían que ir. Y habían dejado un regalo a una Rochi de rulitos rebeldes, un metro veinte de altura y dos ventanitas en el lugar de las paletas, que dormia despatarrada y apenas tapada, abrazada a un oso marrón.

1 comentario:

  1. una lagrimita y una sonrisa...

    te cuento un secreto, este año fui yo el cuarto rey mago.
    y si se porta bien, le cuento mi historia a la pequeña de ventanas y rulitos... pero me tiene que prestar el oso.

    jajajaj

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