jueves, 16 de enero de 2014

Viajero

El paso lento y los ojos llenos de paisajes. Unas zapatillas viejas, un gorro de ala ancha y una mochila llena de banderitas de lugares distintos, desteñida por el sol. Había soñado con un alma libre, pero estaba cansado de caminar. Después de todo, tanta libertad lo habia alejado de sí mismo.
 Se sentó al borde del camino, bajo un molle a contemplar el paisaje. El árbol le daba sombra, y podia sentir una brisa fresca. Hundió sus ojos, como tantas otras veces, en el paisaje. Pero esos cerros eran suyos, esa tierra lo habia visto crecer de niño, y de pronto creyó que toda el agua del río llegaba a sus pupilas. Lloraba sin esfuerzo, y sin darse cuenta casi. Aquel cerro que se veia tan oscuro a lo lejos, tenia el color de la sotana que no se habia atrevido a llevar cuando salió al mundo. Tantos viajes, tanto mundo recorrido, y todo eso no se habia ido, seguía allí en lo más hondo de su alma.
Con la vista nublada todavia, apuro el pucho, y se encaminó decidido hacia la iglesia. Era la hora de la siesta todavia, pero por las dudas golpeo en la casita del cura. Tardó en abrirse la puerta, tanto que el trotamundos casi decide irse. Unos pasos arrastrados, ruido de llaves y alli estaba, el Padre Atanasio. La vieja sotana desteñida y remendada, la cabeza blanqueada por el tiempo y el rostro surcado de arrugas, pero su mirada paternal era la misma. ¡Hijo! Le dijo, reconociéndolo al instante, mientras le daba un abrazo. ¡Padre! Los cerros me han traido de vuelta... quise no mirar... Pero ya no puedo hacerme el zonzo.. entraron los dos a la iglesia, y alli, en un confesionario de madera de cardon, un alma arrepentida y feliz volvió a Casa aquella tarde.

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