viernes, 28 de junio de 2013

Lo que Dios ha unido...


 El 21 de junio emprendieron un nuevo camino. El camino ancho y puro de los que confían en Dios. Como las salinas. Frente a ellos la inmensidad de lo que esta por venir, la blanca pureza de la Gracia que han recibido de lo Alto esa noche y que deberán conservar toda su vida.

Quiera Él que no pierdan nunca la tranquilidad en el andar, la confianza  y el respeto a lo sagrado del que se descalza, la mirada atenta al camino, pero sin dejar nunca de mirar el Horizonte.

Es Dios quien los une. No son ellos solos, son ellos con Dios. Son ahora uno, sin dejar de ser ellos. Me vienen a la memoria las palabras del Orfebre: "El peso de estas alianzas de oro no es el peso del metal, sino el peso específico del hombre; de cada uno de vosotros por separado y de los dos juntos". 

Y se irán nomás hacia la tierra de las zambas más lindas y de los cerros coronados de nubes. A esa Salta que se va llevando de a poquito pedazos nuestros.








sábado, 22 de junio de 2013

Valentía

Pienso hace varios días en la Valentía. Magna virtud. 
Valentía del príncipe de los cuentos de antes de dormir, que atravesaba oscuros bosques y sorteaba incontables peligros para rescatar a la princesa.
Valentía al atreverse a subir al tobogán mas alto sabiendo que valdría la pena deslizarse desde ahí arriba y al hamacarse bien fuerte para tocar el cielo. Valentía de pequeños con grandes propósitos.
Valentía de San José, que fue capaz de despertar a María y al Niño y partir en oscura madrugada hacia un país desconocido, a empezar de cero, por mandato del Ángel. 
Valentía del héroe, del niño, del santo.

martes, 11 de junio de 2013

Algo pinchudo

Ganas irrefrenables de correr. 
Correr y correr hasta llegar al horizonte. 
Huir de los edificios, las bocinas, las caras largas y los apuros innecesarios. 
Refrenando aquellas ganas, me sumergí en el subte. 
Pasillos intransitables bajo tierra. 
La gente camina sin mirar, empuja, escupe y codea. 
Mezcla de olores hediondos y calor humano. 
Gritos, comentarios poco felices y humor mediocre. 
A nadie le gusta viajar como ganado. Quien nos manda a juntranos y amontonarnos en una ciudad, teniendo un pais tan inmenso! Refunfuñando me bajo en la estacion correspondiente. 
Busco algo bueno o lindo para decir de todo esto y nada.
A veces hay cosas pinchudas en mis bolsillos...

miércoles, 5 de junio de 2013

Como en casa

La erre arrastrada, y ese cantito tan particular al hablar. 
La calidez de la gente y su hospitalidad generosa, de puertas abiertas de par en par. 
Los imponentes cerros cargados de frondosa vegetación y las inmensidad de las montañas. 
Mi nombre dicho en diminutivo, que suena a infancia, a tíos y familia querida.
La belleza de los paisajes pintados de intensos colores y las luces del sol al atardecer. 
La tranquilidad de los habitantes de estas tierras, que contrasta con la locura porteña en la que vivo. 
El feliz rito de la siesta, costumbre ancestral que todos respetan. 
El dulce de cayote, la miel de caña, la humita en chala y las empanadas. Los tejidos de colores y las vasijas de barro.
La música, expresión de sentires que son de todos, que llena mi alma y la hace bailar al son de una cueca y añorar en las notas de una zamba o una baguala.
La historia que guarda en su interior, de gauchos valientes de Güemes, de hazañas de Belgrano y de los gloriosos días de nuestra independencia.
La vida de fe que palpita en los corazones de los que viven en este suelo, recibida de los misioneros que vinieron de España y conservada desde entonces. La Virgen de la Merced, San Francisco Solano y el Cristo del Milagro, las capillitas blancas que encuentro en cada pueblito y las imponentes catedrales con sus sonoras campanas.
Las yungas y las quebradas, la puna y los valles, todo es un canto a su Creador. 
Por todas estas cosas, Rosarito se siente como en casa cuando está en el Norte.

lunes, 3 de junio de 2013

Siempre hay una primera vez

Llegué a Aeroparque con tiempo de sobra. Desde temprano habíamos estado preparándonos Olivia y yo para nuestro primer viaje en avión.

Atravesamos las puertas de vidrio, y vi reflejada en ellas mi cara. Expresión de susto y expectativa. Me sentí chiquita de nuevo. La misma sensación de cada vez que estaba por conocer algo nuevo, la misma del primer día de clases de primer grado, la misma que me invadía cuando íbamos a conocer un hermanito nuevo, y que vuelve cada vez que abro un libro que nunca he leído, que me siento frente a una hoja en blanco o me dispongo a recorrer lugares desconocidos. Alegre esperanza que antecede al asombro.

La gente iba y venía de aquí para allá con sus valijas, hablando por celular y caminaba rápido. Valijas mucho mas grandes y experimentadas que Olivia circulaban por el inmenso aeropuerto, deslizándose tranquilas sobre sus rueditas. Algunos pasajeros de viajes veloces, sin equipaje, otros cargados en demasía, relajados unos, apurados, alegres o apesadumbrados otros. Gente de todo estilo y color. Pero nadie se daba cuenta de que había una chica parada en medio del pasillo con su valija azul, sin saber que hacer. 

Un segundo o dos de desconcierto y decidí preguntar. Era más fácil de lo que parecía. Despachada Olivia, recorrí un poco mirando vidrieras y ya hubo que embarcar. Una fila larga y otra más, y subimos al avión.

Por supuesto que pedí ventana. Las luces iluminaban la pista. Tardamos en despegar mucho más de lo que me imaginaba. El avión recorrió la pista a la misma velocidad que un tren que veía pasar cerca nuestro. Giró por última vez y se posicionó frente a la recta final. Tomó carrera, aumentó la velocidad, se paró en puntitas de pies y de pronto, ¡estábamos volando! ¡Y era mucho mejor que hamacarse! Asombro, liviandad, felicidad y todo junto dentro mío. 

En la línea del horizonte el cielo se incendiaba al calor del sol, y las nubes se pintaban del color de las brasas al rojo vivo. Más cerca nuestro se tornaban amarillentas y anaranjadas. No quisiera caer en el lugar común de que las nubes parecían campos de algodón, pero es que eso eran. Parecía como si una pudiera bajarse del avión y correr a través de ellas. 
¿Y Olivia? Ella viajaba con las demás valijas. Me apenó un poco que no pudiera mirar por la ventana. Seguro que imaginó los paisajes, esperando ansiosa el relato de su dueña cuando bajáramos. 

domingo, 2 de junio de 2013

Noche norteña

Desde allí arriba podía contemplar la inmensidad de la ciudad.
Sus luces por la noche, pequeños puntos titilantes de a millones, como si las estrellas hubieran descendido a ella para adornarla. 
La Linda, ladrona de mis querencias. 
Allí abajo la cúpula gótica de una iglesia y por alli la plaza y la Catedral, se distinguen entre el caserío.
Más lejos, las afueras, y caminos que llevan a casa de gente amiga.
En el fondo, los cerros que se confunden con la oscuridad de la noche.
Por encima mío, un mar oscuro, iluminado por diamantes esparcidos por doquier. Y un poco mas distante pero tan grande como si estuviera al alcance de la mano, la Reina de la Noche, la perla preciosa y reluciente a la que hemos cantado y escrito tantos.