jueves, 28 de febrero de 2013

Primer día de clases




Nada como el olor a lápices nuevos, llenar las carpetas número tres de hojas blanquitas, y el uniforme completo y planchado, colgado en la silla.

Imposible dormir la noche anterior. Revisaba mi mochila veinte veces. La abría, contaba los cuadernos, ordenaba otra vez la cartuchera y la volvía a cerrar. Esa tarde mamá había estado marcando los útiles: “M. del Rosario Bach”, “M. del Rosario Bach” a todo, por todos lados.

Durante todo el día el tema había sido “Mañana empiezo las clases” y seguía pensando y hablando sobre ello sin parar. “Mamá, ¿sabías que voy a tener una señorita nueva? Se llama Cristina, dijeron que es muy buena. A mí me da un poquito de miedo”. Y al rato de nuevo, volvía a bajarme de la cama y aparecía despacito en el cuarto de papá y mamá, para seguir comentando: “seguro que hay chicas nuevas. Me voy a hacer amiga de las chicas nuevas. ¿Vos te hacías amiga mamá?”. Después de dar vueltas y vueltas, cansada de tanto imaginar, caía rendida en un profundo sueño.

Por supuesto que a la mañana siguiente no hacía falta despertador. Era el único día del año en el que me levantaba de un salto (sin contar el día que nos íbamos de convivencia, o teníamos un acto, o algún acontecimiento especial). La camisa blanca, el jumper azul, la faja con el nudo de corbata que Majo me había enseñado a hacer, medias azules (el primer día eran par) y los zapatos marrones relucientes, lustrados por mamá quién sabe a qué altas horas de la noche. ¡Ah! Y el moño blanco, por supuesto. Yo ya estaba lista, pero faltaba llevarle el café con leche a papá a la cama para que se levantara.

Antes de salir, miraba a los más chicos que seguían durmiendo, con esa mirada de hermana mayor que se siente enorme  y los ve chiquitos, y quiere cuidarlos.

Cuando papá estaba listo, emprendíamos la marcha. Cierro los ojos y si respiro fuerte, casi vuelvo a sentir ese olor tan particular de las manos de papá, mezcla de cigarrillo con su perfume y espuma de afeitar. Él iba pensando en las cosas que tenía que hacer durante el día, el escrito que tenía que presentar, la demanda tal, revisar el expediente no se cual. Pero sus pensamientos quedaban enredados en mi charla. Durante todo el camino Rochi hablaba, y su papá escuchaba, paciente. Casi corríamos las últimas cuadras. Era difícil seguir con mis piernas cortitas sus pasos inmensos. Un beso de despedida y corría al patio de la Bandera.

¡Qué lindos esos reencuentros después de todo un verano sin vernos! Qué lindo volver a estar en “casa”. Los pasillos, las maestras, las amigas de otros grados, ¡la capilla! Saltaba mi alma de alegría, cada comienzo de clases. Y ese año, efectivamente, había chicas nuevas. No las recuerdo a todas, pero sí a una en particular. Estábamos en la puerta de nuestra clase, mirando el cartel que decía “Bienvenidas a 4° Grado B” y comentando cómo sería esto de tener dos maestras en vez de una, cuando se me acercó. Petizita, rubiona, de pelo casi lacio  a la altura de los hombros y un flequillo muy simpático sostenido por una vincha blanca. 
¿Cómo te llamás?“ me preguntó.
“Rosario, ¿y vos?”
“Yo me llamo Rocío. Parecido ¿viste? ¿Te querés sentar conmigo?”
Me senté con ella, y ese fue el principio de otra historia, que continúa hasta hoy.

viernes, 22 de febrero de 2013

Orden de papeles

Ayer a la tardecita, haciendo el típico orden de papeles que una hace cuando tiene que estudiar, encontré una hoja vieja con el siguiente escrito.
Debe ser del 2008, corregí alguna cosita, pero me pareció que debía ser fiel a lo que había escrito en ese entonces.
Creo que atestigua que mi locura por la luna viene de hace tiempo.

"Todo está en silencio. Duermen los niños y los pájaros pero yo no. 
Aprovecho para fumar, quizás el último cigarrillo de la noche, mientras contemplo la ciudad desde este piso 18. A través del redondo ventanal, veo la torre iluminada del Congreso a mi derecha, a mi izquierda el Teatro Colón, y un poco más atrás sobresale, engreído, el obelisco.
La noche lóbrega y misteriosa viste un cielo pincelado de nubes y apenas espolvoreado de estrellas. Unas lucecitas rojas titilan por aquí y otras más allá. La Reina del Plata dormita. Digo dormita y no descansa, porque como tantas veces dijeron poetas y cantores, Buenos Aires no descansa. Sólo una parte de ella tiene ese privilegio. Las grandes oficinas duermen ahora, con sus teléfonos enmudecidos y sus computadoras sin imagen, como esperando alertas el barullo del día siguiente. Los edificios están a oscuras, y circulan menos autos por las amplias avenidas. Pero los grandes carteles, anuncian en su insomnio un consumismo a todas luces. Los semáforos siguen titilando rojo-amarillo-verde, rojo-amarillo-verde, como camaleones estructurados. La gente de los diarios corre para terminar con la impresión del matutino. Se escucha la sirena de una ambulancia. Una novia llora la ausencia de su amado. Entre libros y restos de un mate lavado, un chico prepara su último final. Una madre canta canciones de cuna y a algunas cuadras las carmelitas se levantan para rezar Maitines. Un padre de familia numerosa aprovecha estas horas de sosiego para terminarle un soneto al viento. Y yo, desvelada, sigo mirando por la ventana. En eso, mis ojos se encuentran con los de la Luna. La Luna fría, altiva y airosa como parece, es en realidad buena oyente y buena compañera. Es ella quien, maternal y atenta vigila al mundo durante la noche. Colgada de ahi arriba, la Dama Blanca lo ve todo."

jueves, 21 de febrero de 2013

Clarinete




Le toqué timbre y bajó a abrirme. Hacía algún tiempo que no la veía  y ya extrañaba sus risueños hoyuelos y su  mirada chispeante.

Feliz de estar de nuevo en ese espacio lleno de colores y alegrías, me desparramé en el sillón, y como tantas otras veces, abrimos juntas nuestros baúles de recuerdos y proyectos. Todos tenemos un baúl de esos,  pero durante los días rutinarios queda a veces olvidado,  y que viene tan bien revisar y ordenar seguido.   

Estuvimos largo rato compartiendo pequeñas iniciativas celestes y amarillas, grandes proyectos aún verdes e inmensas aspiraciones de color azul intenso.  Viajes, libros, canciones, trabajos… Penas y pesares, combinados con viejos recuerdos, y alegres momentos.  De a ratos nos ganaba la seriedad, y de a ratos explotaban las risas y amanecía en su cara esa sonrisa de colmillos rebeldes, tan propia de ella.

Claro, es que los más de 588 mails que llevamos enviados desde el 2009, no llegan a cubrir todo lo que una tiene dentro para compartir con la otra.  ¡Son tan necesarios encuentros como estos!

Afuera  anochecía y de un momento a otro la luna se asomó sobre los edificios. Adentro, volvía a salir el sol. Un sol anaranjado, brillante e imponente, que traía consigo una invitación a volver a encontrarnos con nuestra vocación, con nuestra veta artística y nuestros más grandes sueños.

Volví a casa feliz. Con los pies en la tierra y el alma ligera, como leí en algún lugar. Con la esperanza renovada dentro mío, y una sonrisa que no cabía entre mis orejas.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Recuerdo cuaresmal


La Pasión según San Mateo de Johann Sebastian Bach, me transporta en un instante a la Semana Santa en casa.

Cierro los ojos y la veo a Mamá yendo y viniendo. Cada uno está un poco en la suya, cosa no muy usual entre nosotros. Ella barre el living y acompaña con su canto la música que suena, develando un poquito del misterio de Dios hecho hombre y muerto en Cruz por puro Amor. De esta manera nos hace partícipes, a todos los habitantes de la casa, de ese modo de vivir la Semana Santa con sentimientos encontrados. Seriedad, dolor y silencio por los padecimientos de Dios Nuestro Señor, y alegría serena que brota en el fondo, porque somos conscientes de su resurrección.

Todas estas cosas me decía el canto de Mamá, moviéndose al compás con el escobillón, sacudiendo las fundas de los sillones, blancas como la sábana del Santo Sepulcro, y preparándolo todo para el día de la Pascua.

jueves, 7 de febrero de 2013

¿Viajaremos otra vez Olivia?





Olivia, quisiera que viajáramos estos días.
Llenarte otra vez de ropa, algún libro e ilusiones y recorrer juntas las rutas argentinas.
Bien arriba, allí donde estuvimos hace unas semanas.
Es en estos días el civil de unos amigos míos, y me apena no poder estar.
 Quisiera que fuéramos las dos y compartiéramos su felicidad. Esa felicidad grande, ancha, generosa como un viento fuerte a orillas del mar, que así es la felicidad que viene de Dios. 
Quisiera que conocieras en ellos la serenidad del que confía, del que sabe que los planes de Dios no calculan tiempos ni miden kilómetros. La sencillez de los que, conscientes y agradecidos de haberlo recibido todo, se entregan sin reparos.
Por ahora nos quedamos aquí. Dentro de un tiempo, después del invierno, quizás en primavera podamos visitarlos. Conocer los rincones de esa casita en la que además de ellos dos, habitará la Sagrada Familia. Disfrutar de unos mates en la galería al atardecer, contemplando los cerros desbordantes de lapachos florecidos.