jueves, 14 de noviembre de 2019

Mi Buenos Aires querido

Esta vez no es cuestión de hacia donde vamos, sino de lo que uno deja.
Quizas el que no es porteño -por nacimiento o por elección- no pueda comprender jamás esta singular nostalgia. Y es que cuando uno se aleja de esta loca ciudad, extraña muchas cosas.
La Avenida de Mayo, con sus mesas de saldos de libros viejos, nuevos o usados, escoltadas y custodiadas por señores plátanos que con su sombra protegen un tesoro, y ese placer de revolver hasta encontrar algo q valga la pena y terminar con los dedos grises, camino a casa con bolsita de plástico en mano, repleta de libros.
Los clásicos cafecitos.. no digo los de azulejos de subte, amueblados en madera y hierro, con musica zen de fondo y potus colgados por doquier, llenos de barbudos con anteojos y chupines que degustan su latte con croissants o budin vegano. No, no. El cafecito porteño, el de «un café y tres medialunas, por favor» , «como no. Quiere el diario?» y en la mesa de al lado un «buen día señor Luis, ¿lo de siempre? » «¿Que haces Román? Dale, gracias.»
Y la torre de los ingleses, la plaza San Martín teñida de jacaranda en noviembre, la Basílica del convento de Santo Domingo y su camarin de la Virgen que tantas veces me recibió, de chiquita y de grande. Y esas callecitas empedradas de San Telmo, que suenan a tango y milonga, a recreo de birrita y puchos compartidos. 
Y la luna, Reina del Plata que asoma majestuosa detras de la torre del Palacio de Aguas que se ve desde un balcón florido. 
Pero no van a creer que extraño a mi Buenos Aires.