miércoles, 20 de noviembre de 2013

Remanso

El tema de la clase había sido el conocimiento de Dios. 
Salí cansada sí, pero contenta, porque los chicos habían preguntado, buscado y pensado, haciendo el esfuerzo por comprender al Ser mas Simple, que explicamos a veces de manera tan compleja. Obligada pasada por sala de profesores por un trago de café y unos minutos de charla amena y luego a caminar al rayo del sol hasta el trencito. Atravesé la puerta del colegio pensando en todo esto. En la existencia de Dios, en sus creaturas, (sobre todo en estas veintitantas que están a un paso de salir del colegio hacia el mundo) y en lo difícil que se nos hace a veces entender lo que otros pensaron antes.
Di la vuelta a la esquina y me asome a la parroquia. Silenciosa y fresca, sin más luz que la del tabernáculo y la del sol, obra de Sus manos, que se colaba por las ventanas. Desde la puerta, porque el tiempo es tirano, saludé al dueño de casa y seguí mi camino. Los pájaros cantaban, los árboles se movían apenitas por la brisa y un perfume a jazmines inundaba la cuadra. Arranque algunas florcitas de un cerco para mi escritorio y con el alma en las nubes y los pies ligeros llegué hasta el tren.

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