viernes, 22 de abril de 2016

In memoriam

Almorzaba sola -"pantallita" en mano, por supuesto- cuando un silbido afinado y alegre que venía de la calle me hizo volver a la realidad. Di un salto y me asomé por la ventana. Esperaba verlo. Busqué sus cinco pelos locos y blancos peinados con gomina, sus ojos expresivos de color indefinido y que habían visto tanto, y ese porte de caballero recto que mantenía a pesar de los años... Pero no estaba.
Quise entonces visitarlo. Entré en la casa, saludé y miré al sillón. Quizás estuviera viendo un partido de tenis, leyendo el diario o conversando... Creí verlo dormido, con el diario entre las manos y los anteojos puestos, como tantas veces. Pero no, hoy no... Seguí entonces directo al escritorio ¡seguro estaba ahí! Entré despacio. Las pilitas ordenadas de libros llenos de papelitos seguían ahí. Las estampitas, algunas fotos, el cenicero del león y la lata de aire de París, una lámpara, bibliotecas y más bibliotequitas... Todo ordenado, cada cosa en su sitio. Pero él no estaba.
Volví a casa, un poco triste les confieso. Entré, cerré la puerta, y otra vez ese silbido alegre, claro y entonado.¿De dónde venía? Miré a mi alrededor. Vi mis pilas de libros, llenas de papelitos. Me vi esperando un niño que va a ser su bisnieto. Vi en la pila de cosas para corregir, un humilde intento de transmitir a mis alumnos tantas cosas que aprendí de él. La vida y la muerte, la providencia, el valor de la vida humana que es don de Dios, la rectitud de conciencia, "si si, no no". Ahí sí estaba, presente en sus enseñanzas, hasta que cuando Dios quiera, volvamos a encontrarnos en el Cielo, donde hay tantas moradas.