miércoles, 22 de mayo de 2013

Siesta

Siesta. Bendita costumbre provinciana. Siesta de sueño profundo, o siesta de soñar despierto. Tiempo de las mejores travesuras en la niñez, tiempo ahora de descanso del cuerpo y el espíritu. Pausa en la ciudad entera, merecido recreo. Tiempo de silencio y de paz, de dejar tranquila el alma. Hora en que el sol se asoma por entre las cortinas y hace cosquillas. Siesta, ¡ojalá existieras en Buenos Aires!

viernes, 17 de mayo de 2013

Detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer


La noche anterior, a todos nos costó dormir.
Era la una de la mañana y en todas las casas Devoto había alguno despierto. Un mate, un tecito, un chocolate traído a las corridas del quiosco de la esquina. Cualquier cosa era excusa para seguir sentadas en el living de casa, hablando de pavadas y preguntándonos por dentro como iría a salir todo. 
No era para menos. Habían programado la operación del abuelito para el día siguiente. Temor y esperanza, miedo y confianza. Tantos sentimientos encontrados que alberga un corazón en vela.
"Sálvanos Señor despiertos, protégenos mientras dormimos..." Bien o mal, pasamos la noche. Y amanecimos al lunes, prestos a cumplir con nuestras obligaciones pero atentos a lo que sucediera con Tato, padre de varios, abuelo de tantos y bisabuelo de cinco niñas lindas.
A las cuatro y media de la tarde entró en el quirófano. Los que nos habíamos congregado en el sanatorio fuimos a las iglesias cercanas a echarnos en los brazos de nuestra Madre, la Virgen de Fátima. Era su fiesta ese día, y sabíamos que como en Caná, estaría presta a interceder ante el Señor, y prepararnos a nosotros para hacer lo que Él nos dijera.
Todavía no terminábamos de pedirle que lo protegiera y lo cubriera con Su manto cuando nos enteramos que todo había salido bien. 
Alborozo, alivio, agradecimiento brotaron de los corazones en paz.
Una vez más, Ella.
Dicen que detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer. Y en este caso, creo atinado afirmar que hay dos. La primera por supuesto es nuestra Santísima Madre. La segunda y salvando las distancias, Cristy su mujer, que dicho sea de paso, fue imitando las virtudes de la Primera a lo largo de su vida, y hoy se quedó (entre otras tantas) con la que quizás es la más valiosa, la sencillez.
Entré al cuarto, casi escabulléndome entre médicos y enfermeras, porque todavía no era horario de visitas. Abrí la puerta despacio y allí estaba el abuelito, recién salido de la operación.
Cansado, sí, con el pelo revuelto como jamás había visto su cabeza usualmente engominada, pero con la mirada viva y alegre de siempre.
Conversamos brevemente y en cuanto pudo acomodarse, pidió el teléfono. Para hablar con Cristy, por supuesto. Por un momento lo vi joven a pesar de sus noventa y tres años. Fue una charla breve que no me corresponde reproducir aquí, simple y profunda como el cariño que los une hace sesentitantos años.  
Sesentitantos años, pensaba mientras bajaba a reunirme con primas y tías que mateaban en la puerta del sanatorio. Todas tenían el teléfono en la mano, y hablaban entre ellas mientras comunicaban al resto de la familia las buenas nuevas. Evangélico, pensé. Por algo Dios dispuso en sus planes que fueran mujeres las primeras en llegar al sepulcro.



viernes, 10 de mayo de 2013

Quien a Dios tiene...



Su corazón ha bajado la marcha. El latido es más pausado. Sus manos manchadas y huesudas reposan sobre las sábanas. Está cansado y habla poco. 
Nadie sin conocerlo se percataría de estar frente a un gigante. Ante los ojos de la gente que pasa es un viejito. A simple vista no se ve al padre de once hijos y esposo ejemplar, abuelo de 42 nietos. Nadie imagina que ese cuerpo cansado ha recorrido Rusia, Camerún, Francia, Ginebra y tantos rincones del mundo en pos de una misión a la que dedicó su vida, la salud, la educación y la defensa de la vida y la familia. Tal vez nunca se enteren de que escribe unos cuentos lindísimos y cuenta historias a la manera de los antiguos narradores, que mantenían a los suyos alrededor, en escucha expectante.

Sus manos buscan entre las sábanas y se aferran al Rosario. 
Pequeño gesto que me hace comprender tantas cosas.
El intelectual, el escritor, el papá y esposo, el gran médico y formador no sería tal si no estuviera Ella detrás.

Allí está, despojado de todo. Pero tiene Todo consigo. Ha recibido por la mañana la Sagrada Comunión con su mujer, antes de partir al sanatorio. Tiene su devocionario del Sagrado Corazón y su Rosario. El motor que impulsa a ese gigante no es sólo el órgano humano, que ha envejecido con él. Lo sostienen y lo guían la fe y un Amor inmenso a Dios y a nuestra Madre.

jueves, 9 de mayo de 2013

Viajar en hamaca



Ya no quedan hamacas de madera en las plazas de Buenos Aires.
Me han quitado la capacidad de volar.
Pusieron en su reemplazo unas de goma menos peligrosas, es cierto, pero chiquititas. Como si mis 25 años no fueran felices al columpiarse en ellas. Como si a partir de una determinada altura, tuviéramos el deber de dejar de gozar de los pequeños placeres de la vida. 
Y resulta que la niña que vive dentro de mi alta persona muere de ganas de volver a subir en una de esas y estirar sus pies, jugando a tocar las nubes e imaginando que viaja en hamaca a quien sabe que lugares... 
Si ven alguna de esas de madera, aptas para gente que creció pero tiene alma de niño ¡por favor avisenme!

martes, 7 de mayo de 2013

Malena


No canta el tango como ninguna, pero en su juventud fue tres veces Reina de la Primavera.
Abuela de cuentos antes de dormir, de caramelos sugus confitados y ñoquis caseros de domingo. De tardes con Frank Sinatra y Charles Aznavour. De abrazos estrujados, secretos escondidos y sonrisas cómplices.  Abuela, compañera y amiga.
Ella sabe todo acerca de mis cuitas y mis querencias. Así fue desde que era chica, y así seguirá siendo toda la vida. 
Cafecito de por medio, las interminables charlas en la cocina traen siempre como ingredientes su consejo oportuno y la carcajada fácil. Las canas que peina y oculta coqueta con fina tintura, le han enseñado a distinguir qué cosas valen la pena y cuales son innecesarias.
Los años y su agudeza la han hecho sabia. Años que no se avergüenza de decir, pero que no aparenta.  Dulce pero firme, educada y elegante como una reina, pero sin perder jamás esa chispa de su juventud que la hace tan divertida y graciosa.
Ella me enseñó tantísimas cosas de esta vida. A ponerme crema por las noches y a confiar en Dios con amoroso abandono, a condimentar en la cocina y a mantener la palabra dada, a arreglarme por las mañanas y a no salir jamás de casa a enfrentar el día sin haber hecho una oración, a dormir con la luz apagada y a mirar de frente a los miedos para poder ver qué hay detrás de ellos. 
Me enseñó  la importancia de caminar con la frente en alto, y de la verdad simple y llana, sin vueltas. 
Me enseñó que el que comparte en esta tierra multiplica en el Cielo.





jueves, 2 de mayo de 2013

Bolsillos


Parece que esta hora es la mejor para escribir.
El silencio reina en la casa. Silencio que inunda el alma, sereno y azul. Silencio expectante ante el misterio.
Silencio de ese que pocas veces se encuentra en Buenos Aires.
Sólo se escuchan el ronroneo de la heladera y el tic-tac del reloj, que nunca se detienen, y a lo lejos una radio de otro que, como yo, no puede dormir.
Por la ventana veo varios edificios y sólo dos luces encendidas. Por supuesto que imagino quienes viven ahi, y que motivos los mantienen en vela. Pero eso, se los contaré en otro momento. Aquí adentro, todos duermen. 
Y entonces, con mate o un tecito, me siento tranquila a revisar cosas que escribí durante el día mientras caminaba, en el colectivo o en un recreo de estudio. 
Reviso la libretita, los papeles sueltos y las notas. Y reviso también adentro. Hay cosas que están escritas dentro mío hace tiempo, y esperan ser volcadas en papel. Encuentro descripciones de lugares y de gente, impresiones de un viaje, sonidos de risas y de cantos, conversaciones y plegarias, cartas que tal vez no lleguen nunca a sus destinatarios, o quizás si... historias y más historias.
Vacío mis bolsillos y de a poquito, con paciencia, con la mirada perdida a veces viajando Dios sabe por dónde o fija en el papel, ordeno la madeja y le doy forma de letras. 



Otoño en Buenos Aires


Adivino el amanecer por las nubes color ámbar que veo sobre el asfalto. Lo imagino pintado de naranjas, carmín y dorado. Imagino al sol, al ver sus rayos iluminando de a poco esta ciudad que despertó hace taro. Imagino y sólo imagino. Es imposible disfrutar de uno de esos en esta ciudad. El horizonte esta cubierto en todos sus flancos por edificios y mas edificios. 
Buenos días mundo, buenos días. Nadie escucha. Todos corren.

Unos tragos de café apurados, mientras nos empapamos de las noticias del mundo. Salen a seguir corriendo y corriendo, todo el día. 
Y yo con estas ganas de correr hasta algun rincón donde pueda ver en paz al sol que sale, me contento gozando al contemplar las hojas de los árboles que me traen sus colores. Gracias Señor por el otoño.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Para muestra basta un botón

Todos coleccionan, a propósito o sin querer, alguna cosa. Yo entre otras cosas colecciono botones. Botones con historias.
Empecé a juntarlos para hacer algo con ellos, y fui guardándolos primero en una bolsita, luego en un frasco, y ahora en una lata de esas con dibujos lindos, de galletitas de manteca. 
Los hay de todos los colores y tamaños. Botones grandes, pequeños, brillantes u opacos. 
Hay unos que cayeron de un delantal escolar en pleno poliladron (es sabido que por más que después venga un reto en casa, es mejor perder un par de botones, que ser atrapado por el policía). 
Hay otros blanquitos y chiquitos, todos iguales, que vienen de las camisas de papá, alguno que compré en un anticuario por sus dibujos, varios que eran de mi abuela, y otros muchos que eran de una abuela a la que quiero como si fuera mía.
Hay mínimos botones de cuellos de camisa, que escucharon secretos dichos al oído  de los cuales serán eternos guardianes.
Hay botones elegantes, que cuentan historias de fiestas y bailes, y no conocen más que al satén, a la gasa y a las sedas.
Botones de uniforme, que acompañaron a grandes Hombres de la Patria, de a pie y de a caballo, desconocidos para el mundo, y sin embargo tan generosos valientes y honrados...Quizás alguno de esos botones fue a la guerra.
Hay botones de abrigos grandotes y botones de pantalones. Botones de ropa de bebitos y de ropa de jugar. Los hay gastados por el uso y sin estrenar.
Cada uno de ellos trae historias que se desparraman sobre la mesa cada vez que abro la lata. 
Parece que es cierto lo que dicen nomás: para muestra basta un botón.