miércoles, 1 de mayo de 2013

Para muestra basta un botón

Todos coleccionan, a propósito o sin querer, alguna cosa. Yo entre otras cosas colecciono botones. Botones con historias.
Empecé a juntarlos para hacer algo con ellos, y fui guardándolos primero en una bolsita, luego en un frasco, y ahora en una lata de esas con dibujos lindos, de galletitas de manteca. 
Los hay de todos los colores y tamaños. Botones grandes, pequeños, brillantes u opacos. 
Hay unos que cayeron de un delantal escolar en pleno poliladron (es sabido que por más que después venga un reto en casa, es mejor perder un par de botones, que ser atrapado por el policía). 
Hay otros blanquitos y chiquitos, todos iguales, que vienen de las camisas de papá, alguno que compré en un anticuario por sus dibujos, varios que eran de mi abuela, y otros muchos que eran de una abuela a la que quiero como si fuera mía.
Hay mínimos botones de cuellos de camisa, que escucharon secretos dichos al oído  de los cuales serán eternos guardianes.
Hay botones elegantes, que cuentan historias de fiestas y bailes, y no conocen más que al satén, a la gasa y a las sedas.
Botones de uniforme, que acompañaron a grandes Hombres de la Patria, de a pie y de a caballo, desconocidos para el mundo, y sin embargo tan generosos valientes y honrados...Quizás alguno de esos botones fue a la guerra.
Hay botones de abrigos grandotes y botones de pantalones. Botones de ropa de bebitos y de ropa de jugar. Los hay gastados por el uso y sin estrenar.
Cada uno de ellos trae historias que se desparraman sobre la mesa cada vez que abro la lata. 
Parece que es cierto lo que dicen nomás: para muestra basta un botón.




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