jueves, 2 de mayo de 2013

Bolsillos


Parece que esta hora es la mejor para escribir.
El silencio reina en la casa. Silencio que inunda el alma, sereno y azul. Silencio expectante ante el misterio.
Silencio de ese que pocas veces se encuentra en Buenos Aires.
Sólo se escuchan el ronroneo de la heladera y el tic-tac del reloj, que nunca se detienen, y a lo lejos una radio de otro que, como yo, no puede dormir.
Por la ventana veo varios edificios y sólo dos luces encendidas. Por supuesto que imagino quienes viven ahi, y que motivos los mantienen en vela. Pero eso, se los contaré en otro momento. Aquí adentro, todos duermen. 
Y entonces, con mate o un tecito, me siento tranquila a revisar cosas que escribí durante el día mientras caminaba, en el colectivo o en un recreo de estudio. 
Reviso la libretita, los papeles sueltos y las notas. Y reviso también adentro. Hay cosas que están escritas dentro mío hace tiempo, y esperan ser volcadas en papel. Encuentro descripciones de lugares y de gente, impresiones de un viaje, sonidos de risas y de cantos, conversaciones y plegarias, cartas que tal vez no lleguen nunca a sus destinatarios, o quizás si... historias y más historias.
Vacío mis bolsillos y de a poquito, con paciencia, con la mirada perdida a veces viajando Dios sabe por dónde o fija en el papel, ordeno la madeja y le doy forma de letras. 



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