Es un gesto que tengo incorporado. Salgo a la calle de noche y casi instintivamente digo una jaculatoria, y miro al cielo buscando la Luna.
Esta vez no la encontraba, así que emprendí la vuelta a casa con paso tranquilo, cantando bajito canciones de verano.
Hasta que doblé en una esquina y me topé cara a cara con su gigantez brillante. Sonrisa de oreja a oreja. La alegría de sentirse acompañada por una vieja amiga, que me invade cada vez que nos encontramos. La felicidad de recibir un regalo inesperado y sin motivo. Porque las bellezas de la naturaleza son simplemente eso, dones gratuitos.
Lo que me quedaba de camino lo recorrí jugando a las escondidas con ella entre los edificios.
Después de todo tal vez sea cierto lo que alguien dijo alguna vez, y yo no sea lunera sino lunática...
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