viernes, 17 de mayo de 2013

Detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer


La noche anterior, a todos nos costó dormir.
Era la una de la mañana y en todas las casas Devoto había alguno despierto. Un mate, un tecito, un chocolate traído a las corridas del quiosco de la esquina. Cualquier cosa era excusa para seguir sentadas en el living de casa, hablando de pavadas y preguntándonos por dentro como iría a salir todo. 
No era para menos. Habían programado la operación del abuelito para el día siguiente. Temor y esperanza, miedo y confianza. Tantos sentimientos encontrados que alberga un corazón en vela.
"Sálvanos Señor despiertos, protégenos mientras dormimos..." Bien o mal, pasamos la noche. Y amanecimos al lunes, prestos a cumplir con nuestras obligaciones pero atentos a lo que sucediera con Tato, padre de varios, abuelo de tantos y bisabuelo de cinco niñas lindas.
A las cuatro y media de la tarde entró en el quirófano. Los que nos habíamos congregado en el sanatorio fuimos a las iglesias cercanas a echarnos en los brazos de nuestra Madre, la Virgen de Fátima. Era su fiesta ese día, y sabíamos que como en Caná, estaría presta a interceder ante el Señor, y prepararnos a nosotros para hacer lo que Él nos dijera.
Todavía no terminábamos de pedirle que lo protegiera y lo cubriera con Su manto cuando nos enteramos que todo había salido bien. 
Alborozo, alivio, agradecimiento brotaron de los corazones en paz.
Una vez más, Ella.
Dicen que detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer. Y en este caso, creo atinado afirmar que hay dos. La primera por supuesto es nuestra Santísima Madre. La segunda y salvando las distancias, Cristy su mujer, que dicho sea de paso, fue imitando las virtudes de la Primera a lo largo de su vida, y hoy se quedó (entre otras tantas) con la que quizás es la más valiosa, la sencillez.
Entré al cuarto, casi escabulléndome entre médicos y enfermeras, porque todavía no era horario de visitas. Abrí la puerta despacio y allí estaba el abuelito, recién salido de la operación.
Cansado, sí, con el pelo revuelto como jamás había visto su cabeza usualmente engominada, pero con la mirada viva y alegre de siempre.
Conversamos brevemente y en cuanto pudo acomodarse, pidió el teléfono. Para hablar con Cristy, por supuesto. Por un momento lo vi joven a pesar de sus noventa y tres años. Fue una charla breve que no me corresponde reproducir aquí, simple y profunda como el cariño que los une hace sesentitantos años.  
Sesentitantos años, pensaba mientras bajaba a reunirme con primas y tías que mateaban en la puerta del sanatorio. Todas tenían el teléfono en la mano, y hablaban entre ellas mientras comunicaban al resto de la familia las buenas nuevas. Evangélico, pensé. Por algo Dios dispuso en sus planes que fueran mujeres las primeras en llegar al sepulcro.



2 comentarios:

  1. ¡Qué lindo, Rochi! Gracias; tengo un nudo en la garganta. De la abundancia del corazón habla la boca... y "escribe la pluma" ¿no? Yo también borroneé algunas cositas, pero a vos te salieron mejor. Un beso.

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