Le toqué timbre y bajó a abrirme. Hacía algún tiempo que no
la veía y ya extrañaba sus risueños hoyuelos
y su mirada chispeante.
Feliz de estar de nuevo en ese espacio lleno de colores y
alegrías, me desparramé en el sillón, y como tantas otras veces, abrimos juntas nuestros baúles de
recuerdos y proyectos. Todos tenemos un baúl de esos, pero durante los días rutinarios queda a
veces olvidado, y que viene tan bien
revisar y ordenar seguido.
Estuvimos largo rato compartiendo pequeñas iniciativas
celestes y amarillas, grandes proyectos aún verdes e inmensas aspiraciones de
color azul intenso. Viajes, libros,
canciones, trabajos… Penas y pesares, combinados con viejos recuerdos, y
alegres momentos. De a ratos nos ganaba
la seriedad, y de a ratos explotaban las risas y amanecía en su cara esa
sonrisa de colmillos rebeldes, tan propia de ella.
Claro, es que los más de 588 mails que llevamos enviados
desde el 2009, no llegan a cubrir todo lo que una tiene dentro para compartir con
la otra. ¡Son tan necesarios encuentros
como estos!
Afuera anochecía y de
un momento a otro la luna se asomó sobre los edificios. Adentro, volvía a salir
el sol. Un sol anaranjado, brillante e imponente, que traía consigo una
invitación a volver a encontrarnos con nuestra vocación, con nuestra veta
artística y nuestros más grandes sueños.
Volví a casa feliz. Con los pies en la tierra y el alma
ligera, como leí en algún lugar. Con la esperanza renovada dentro mío, y una
sonrisa que no cabía entre mis orejas.
la pasión por las cosas que uno ama también es un regalo de los amigos
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