martes, 7 de agosto de 2012

Olivia



Olivia.

 Quedaste guardada en un estante muy alto muy alto. Lejos, como para que no pueda verte y recordar nuestros viajes.

¡Tantas aventuras vividas! Cuántas veces que tus cierres protestaban por la carga amontonada, o se te trababan las rueditas como queriendo quedarte y no volver…  Me acuerdo de tu cara resignada, cuando yo subía al colectivo, a dormir calentita y taparme con una manta, y a vos te tiraban en la bodega, muerta de frío, pero acompañada de tantas otras valijas, bolsos y paquetes.  Y como se transformaba en cara de felicidad cuando llegábamos a destino, sabiendo que te esperaba el merecido descanso.

Cuantas sensaciones encontradas. Los nervios de armarte y no olvidarme de nada. Las ansias de salir y que llegáramos a tiempo, el agarrarte fuerte fuerte en retiro, juntando valor, alguna vez y las lágrimas de la vuelta, en la que volvías super cargada, con los cierres a punto de explotar, pero feliz, porque te había llenado de lindos recuerdos. Y la corrida final de siempre, para llegar a casa antes de volver a sumergirme en la vida cotidiana, con los ojos cansados pero inundados de bellos paisajes, y el corazón contento, en las nubes.

Fuiste el mejor asiento, la mejor almohada en esas esperas amaneciendo en la terminal. La mejor compañera de viajes. Sabés cosas que no conoce nadie y  custodias en tu interior cantidades de confidencias... Con vos aprendí que estamos siempre de paso en esta vida, preparándonos para la eterna.

Ahora debo guardarte por un tiempo. No sé cuanto. Pero te prometo que volveremos a recorrer juntas las rutas argentinas. Sí, es una promesa Olivia. Y vos sabes, mejor que muchos, que mi palabra es de fiar.
Mientras tanto, guarda mi alma viajera en tus bolsillos.

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