martes, 29 de mayo de 2012

Desde la estación

Desde la estación

El tren frenó lentamente. “Prrrrrrriiiiiiii!!! ¡A “Josesepá” parando en todaaaas!” escuché mientras bajaba.
El sol ocultándose del lado de Pilar, detrás de los árboles, pintaba el celeste lienzo de naranjas y dorados. Miré a mi alrededor. Caseros.. Palomar.. Hurlingam. Cada vez faltaba menos. Morris… ¡Bella Vista!
Todo seguía igual: la plaza con sus hamacas, la fuente sin agua, la calesita, los árboles de siempre, vigilantes, protectores y confidentes.
Respiré profundo y ese aroma a tierra y eucalipto despertó algo dentro mío. Contenta, llena de una alegría cuya causa no descubría, emprendí el camino a la casa de mis abuelos, por Senador Morón.

Todo seguía tan igual… ¡y tan distinto! Habíamos crecido. Bella Vista y yo. Ya no estaba más la casa de muebles en la esquina de Francia, en cambio había una heladería y frente a la estación, del lado de Richeri habían hecho un Shopping, o algo así…
Y pensar que hace un tiempo yo recorría esas calles cada fin de semana, la risa y los cantos de los amigos llenaban indefectiblemente cada sábado. ¡Tantas veces recorrí la calle Francia, protegida por su arboleda, esperando encontrarme con alguien!..Cuántas charlas serias los domingos, cuantos litros de mate que inundaron esas tardes entre amigos, de búsqueda de la Verdad, de verdadera formación, que terminaban en Cristo que es Camino, Verdad y Vida, cuando a las siete partíamos todos a Misa de San Pío. Cuantas caminatas, asados, conversaciones y silencios que forjaron amistades. Habíamos crecido, Bella Vista y yo.
Quién  iba a imaginar que la vida tomaría este rumbo.. Y es que los caminos de Dios son mas grandes y maravillosos que todo lo que una pueda planear…

La luna se asomó detrás de un cedro, acompañada del lucero de la tarde. Al contemplarla brotó en mí, desde lo más profundo, una plegaria de agradecimiento: Gracias Señor por mi vida, y gracias Señor por los que me diste.

Comprendí así el porqué de tanto cariño que tengo a estos paisajes y lugares. Es en ellos donde crecí, donde descubrí tantas cosas. Aquí conocí a los amigos con los que viví tanto y con los que aprendí lo que es la búsqueda y el goce de la Verdad, el valor de la familia, del Domingo, de las tradiciones. Fueron éstos árboles, ese ciprés, aquellos plátanos, este suelo amarillo del otoño, las nubes que pasean sobre esta cuidad-pueblo, los que me hablaron tantas veces de nuestro Creador, enseñándome a encontrarlo en la Creación. Este es el lugar que Dios supo elegir para ir forjando la mujer que soy.
 

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