viernes, 12 de diciembre de 2025

Coplitas a San José

 Ábrame la puerta, 

Señor San José, 

Que vengo de lejos 

A hablar con usté.


Le traigo al Niñito 

Un poncho de lana 

Pa' ahuyentar el frío...

Lo tejió mi mama.


A Nuestra Señora

Traje un delantal, 

Un ramo de rosas 

Y un sabroso pan. 


Y a usté, que es mi amigo,

¿Qué le voy a dar?

Pues yo no he venido 

Tan solo a implorar.


Le traigo mis mates 

De cada mañana, 

Labores de tarde,

Le dejo mi alma. 


Tan solo una cosa

Le pido, José:

Queremos pasar

La noche en Belén.


Vengo con los míos 

A adorar al Rey,

Ábranos, le pido,

Señor San José.

miércoles, 16 de julio de 2025

Esperanza


Es tan fácil nombrarla cuando todo va bien. Cuando la vida va al paso, tranquila y encaminada, un día detrás del otro, sin sobresaltos…Cuando los días son de un cielo límpido y claro, la brisa apenas nos despeina para traernos al aroma de los eucaliptos o del pasto recién cortado. Las cosas marchan, los hijos en casa, la casa en orden y la comida lista. ¡Ah, sí!, la esperanza.

Pero cuando el asunto se complica, cuando la tempestad arrecia, cuando la brisa se torna viento frío que nos cachetea y el sol se esconde tras nubarrones negros, y se oscurece el cielo hasta permitirnos dudar que alguna vez hayamos visto al astro rey, ah, ahí es difícil nombrarla.

Hacemos el intento de traerla a nuestra mesa, de invitar a la Esperanza a que se siente con nosotros en la sala de espera. Y parece entonces como si quisiéramos traer a una pequeña amiga de la infancia a acompañarnos. Y un poco es así. Peguy decía que la Esperanza es la hermanita menor de las virtudes teologales.

“Si no os hacéis como niños” escucho como un susurro. Y hacerse como niños es esperar confiados, como cuando éramos chicos y corríamos a los brazos de papá si teníamos miedo, o si nos dolía algo. Sin teorías, sin fundamentaciones de libros y papeles. Simplemente, en brazos de papá todo era más llevadero, y los problemas cobraban su dimensión real. Pienso ahora que quizás no nos dábamos cuenta, pero desde ahí arriba, veíamos mejor la realidad.

Y la esperanza es eso: correr a los brazos del Padre cuando la tempestad arrecia. Darle nuestro corazón estrujado y pedirle que lo arregle. Y ahí, en sus brazos, descansar la cabeza en Su corazón. Como los niños.


 

viernes, 11 de julio de 2025

Despacito y buena letra...

 «Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas» Antonio Machado


Aprovecho un ratito antes de preparar la comida de la noche para poner algunas ideas en orden. O más o menos. Por las dudas, vaya la aclaración: no es una apología de la vagancia, ni una crítica a las actividades “extraprogramáticas” de los chicos en sí mismas, ni el panfleto de una "cruzada amish". Son cosas que vengo pensando, y que creo que es bueno poner por escrito para seguir pensándolas, y con el ida y vuelta que genera esto, seguir dándoles vueltas.

Estoy hace varios días sin teléfono, porque se rompió y el arreglo está tardando más de lo previsto. Ya de por sí, arreglar un aparato, es algo que no se estila, pero quise hacer el intento. 

No me había dado cuenta para cuántas cosas lo uso, hasta que me quedé sin él. Comunicaciones, agenda, pagos, miles y miles de recordatorios, para llevar a los chicos al médico e ir a la farmacia e incluso para escribir, para escuchar música, para buscar recetas de cocina y un largo etcétera. 

En estos pocos días sin el telefonito, tuve que volver a lo viejo en muchas cosas. (“Lo viejo funciona, Juan”, habrá pensado alguno).

 En el auto volví a escuchar CDs. Tengo unos "nuevos", de Tonny Bennet y Frank Sinatra, otros de folklore, Silvio Rodriguez, Promúsica de Rosario, y hasta guitarra clásica, la verdad es que no nos aburrimos. Escuchar un CD implica elegir, (intentando no pelear) y después, que suene una canción atrás de la otra del mismo cantante: estamos escuchando una música y no saltamos a otra y otra. No se corta con otras cosas que suenan en el celular, ni se apaga porque perdemos la señal. Pero sólo se puede escuchar lo que tenemos en la guantera, ni más ni menos.

Volvió a la cartera mi cuadernito, el de escribir ideas, pensamientos y párrafos, algún pedazo de cuento. En un par de días nomás, está mejorando un poco mi letra (un poco, que tampoco es magia...).

Y sobre todo, veo que es más fácil hacer una cosa a la vez sin el teléfono, o más bien, poner atención a las cosas, y darles tiempo. Manejo para buscar a los chicos al colegio y estoy en eso. Pienso cosas que quiero resolver, o decirle a mi marido, o algo que tengo que avisar y no puedo hacerlo. Cuando llegue a casa, desde la computadora les avisaré. O cuando vuelva mi marido del trabajo y nos sentemos a conversar, se las diré. Y si es algo importantísimo, que no puedo dejar librado a mi memoria paupérrima y atrofiada, entonces pongo balizas, freno a un costadito y anoto en el cuadernito. Y es incómodo a veces, pero es mejor, porque los pensamientos decantan. No es un fluir permanente, sino que hay más tiempo para rumiar las cosas, darles forma, y elegir qué, cómo y cuándo decir. 

No quiero con esto iniciar una cruzada anti-tecnológica. El celular es una herramienta, que en muchos casos es útil, y la cuestión es más profunda, va más allá de uso que le demos. Pero sí creo que es bueno no estar atada. Y sobre todo, vuelvo a pensar en la locura por hacer que tenemos y que nos lleva puestos, y qué poco nos ocupamos del ser. Al final del día, cuando repasamos las horas, medimos el éxito, si fue o no un buen día, según cuántas cosas logramos hacer. Un buen día es aquel en el que pudimos hacer todo lo que teníamos que hacer, un día en el que fuimos eficientes, que logramos hacer. 

La protagonista de unos libros que leí varias veces cuando era chica decía, cuando un lugar estaba muy lleno de cosas: "No deja campo para la imaginación”. Y así estamos. Llenos de listas y listitas, cuadros de tareas y vidas cronometradas y de alguna manera, nos sentimos más importantes cuando decimos que estamos "a full", que estamos muy ocupadas. 

El éxito en la vida se mide un poco por ahi: “mirá que bien Fulana, que trabaja, tiene a los chicos impecables, hace pan casero, los lleva a sus hijos a todas sus actividades, no se olvida de nada y hace y hace y hace”... 

Y eso mismo nos pasa a las que somos madres, con nuestros hijos. Los llenamos de actividades, porque queremos que sean los mejores. Creemos que haciéndolos hacer, los vamos a sacar buenos.

¿Qué estamos buscando para nuestros hijos? ¿Un espíritu colaborativo empresarial, el éxito como líderes positivos, o que tengan una buena vida?  Y cuando digo una buena vida, no piensen en pasar el día tirado en una hamaca paraguaya con una pila de libros, manzanas jugosas y paquetes de M&M (pero qué lindo ¿eh?). Una buena vida, digo. Una buena vida es aquella que los lleve al Bien, que los lleve al Cielo. Y nada más. Y nada menos.

Tengo claro que hacer lo que nos toca, cumplir con nuestro deber, nos ayuda a llegar al Cielo. Y entonces, hay que hilar fino y pensar. Qué es lo que realmente es el deber (lo que nos enseñaron siempre, en el catecismo y en casa: el famoso deber de estado) y qué son reglas, tareas e imposiciones del entorno, de ideales mal orientados, e incluso muchas veces de nuestra soberbia. En cada caso, cada uno verá. Hay muchas cosas que en sí mismas son buenas, pero que no son para todos en todo momento. Si el niño va a clase de música, a fútbol para hacer amigos, a taekwondo para aprender a dominar el cuerpo, a taller de escritura, a clases de oratoria para prepararlo en su misión de líder positivo, a rugby para descargar energía, a inglés porque sin el inglés no sos nadie, a alemán porque es el idioma de sus antepasados, a un voluntariado en la parroquia y al colegio y al dentista, y, y, y..... Hubiera sido una picardía que la madre de Mozart no lo mandara a clases de música desde pequeño, pero no todos nuestros hijos son Mozart. Es cierto que todos tienen que colaborar en casa, pero que sea siempre para el bien de cada uno, y que redunde en bien común, que no sea ni para alivianar mi carga, ni para que la gente del entorno diga: "¡Ah!, ¡qué bien!, ¡qué organizada!". Los aplausos que tenemos que querer cosechar son los que resuenan en la eternidad. 

Y de nuevo, veo que estamos subidos todos a la rueda del consumo y la producción. Todos. Incluso los que creemos que vamos contracorriente. Son distintos los productos que consumimos, pero la actitud es la misma. ¡La que no haya llenado carritos de compras innecesarias en internet, que después nunca compró, que tire la primera piedra! Necesitamos tener y tener, tener ropa, tener cosas lindas para la casa, tener mil objetos que nos “solucionan la vida” o tener "los libros que hay que leer" en ediciones bellas y cuidadas, expuestas en sólidos estantes, para que no lea nadie nunca, porque con todo lo que hay que hacer, no queda tiempo para tirarse en el sillón a viajar en submarino. 

Incluso a veces pareciera que la educación de nuestros hijos es también una cadena de producción. Nos desvelamos y bregamos por lograr un buen producto final. Que mi niño se destaque. Que sea excelente orador, líder, deportista, que domine varios idiomas y que desarrolle todas las habilidades necesarias para triunfar en la vida. Estamos errando el camino, porque no vemos el fin. No nos creemos de veras que la meta es el Cielo. 

Si no puedo quedarme extasiada mirando por la ventana la belleza del sol en esa telaraña que no limpié, porque me persigue un reloj gigante, ¡¿para qué quiero la vida?! (Un ratito, no se preocupen que después la limpio, y la vida sigue teniendo un sentido).

Creo que, a esta vida acelerada, en la que lo inmediato es lo corriente y todo está bajo control, lo mejor que podemos darles a nuestros hijos es una vida que vaya despacio. Despacio, para poderla vivir, para poderla gustar, que nuestra vida es un don, un regalo de Dios. En eso, los niños son maestros. No importa si alguna vez el desayuno se hace largo porque cada uno contó lo que había soñado, no importa si tarda un poco más en bañarse porque descubrió la acústica especial que tiene el baño o si se fue la mañana juntando vaquitas de San Antonio y bichos bolita, porque sí. No importa si la mañana se pasó, viviendo nomás, y llegó la hora del almuerzo y de ir a clases. Porque las horas que pasan son eso, LA VIDA.

 


 

 

 

 

martes, 8 de julio de 2025

A tomar el té

 


No me gusta mucho cocinar. De hecho, cuando terminando la secundaria y me planteé la posibilidad de estudiar una carrera pensé varias opciones, pero nunca se me cruzó por la cabeza ser cheff o pastelera.

Sin embargo hoy, después de dejar a los chicos en sus clases y una vez que se quedó dormida la más chiquita, me puse a preparar unas pepas para el té. Y así, con las manos en la masa, me di cuenta que estaba disfrutando ese momento. Sin hacer nada más. Sin escuchar un podcast, ni leer un libro, ni ir haciendo listas de pendientes mientras tanto. En general aprovecho el rato obligado en la cocina para hacer otras cosas, pero esta vez no lo preví, así que ahí estaba: enharinada y enmantecada, haciendo bolitas de masa, mientras simplemente la sentía entre mis dedos.

Y cuando levanté la mirada para ver al pájaro que había escuchado cantar afuera, me di cuenta de que estaba gozando. No por el hecho de cocinar en sí, sino más bien por todo lo que trae. El aroma de las galletitas en el horno me encanta. Saborearlas acompañadas de una gran taza de café con leche, es fantástico. Pero sobre todo, la alegría de los chicos cuando llegan a casa y las ven, porque ellos ven más allá: al ver las galletitas todavía tibias sobre la mesa lo que piensan es: “mamá nos estaba esperando”.

No fue por ahorrar unos pesos, ni por darles “alimento saludable”, ni por demostrarle a nadie que se puede, ni por imitar a algún ícono de las redes sociales, ni por nada más que por ellos. Fue, -sin darme cuenta- “solamente” para que sonrían sus corazones cuando vuelvan a casa.

Esto me hace pensar en que hemos perdido la noción del don desinteresado, y el gozo que produce. Tanto buscamos realizarnos personalmente, estar bien con uno mismo, cumplir sueños y metas que no nos damos cuenta de que tenemos una felicidad muy grande al alcance de la mano y es en la entrega. Y no hace falta apuntarnos en la Cruz Roja, ni adoptar una docena de niños de África. Lo tenemos al alcance de la mano. A cada rato tenemos oportunidades de darnos a los demás. Y si prestamos atención, veremos que a cada rato recibimos también entrega desinteresada.

 

Bueno eh, ¿quién quiere venir a lavar los platos?

viernes, 27 de junio de 2025

La vuelta de la Luna

 


Hace varios días, mientras cocinaba, se asomó la luna por la ventana. Me miró escondida entre el cedro y el jacarandá, invitándome a una pausa. “No puedo – le respondí -, estoy ocupada”.

Horas más tarde, con la casa ya en silencio, me levanté a buscarla, pero ya no estaba. Y yo no había sabido ni dedicarle dos estrofas a mi luna. Es que en mis bolsillos a veces quedan muy pocas palabras. Entre la compra digital, los mil grupitos de WhatsApp llenos de preguntas y respuestas inmediatas, Google que nos exige ser breves y concisos para decir las cosas, muchas de las palabras que llevaba conmigo se fueron cayendo por el camino. Quizás sea cuestión de desandar un poco, con la mirada atenta, llena de esa atención de la que habló Simone Weil, para recuperar la palabra perdida. Espero…

Y la esperanza siempre tiene recompensa. Noches después, levanté la vista del libro y la vi por la ventana. Nívea, luminosa, inmóvil y pacífica. Allí estaba y había estado tantas noches. Los grillos le cantaban a coro. El trajín diario, las mil cosas -y ninguna- ocupando mi cabeza, habían hecho que perdiera la costumbre de entablar conversaciones con la Luna, sí. Así y todo, la Reina de los astros me seguía esperando... Cerré el libro y apagué la luz, para verla mejor. Me quedé un rato quieta, con los ojos bien abiertos y el corazón atento, contemplándola a través de los árboles. ¡Tanto tiempo había pasado! Pero en seguida la charla fluyó como si nada. Porque así son las verdaderas amistades. 

Cerré los ojos, y sobre una plegaria me quedé dormida. Mañana sería otro día, de cara al sol.

martes, 24 de junio de 2025

Feria

 


Salí a comprar papas después del mediodía. Para la comida de la noche, así dejo encaminado todo con tiempo, porque el atardecer es un baile: entre baños, pijamas, tareas y alguna pelea.. y hacer un hueco para el rosario en familia, en fin...

Andando, pase por una esquina de por acá donde venden antigüedades, muebles y algunos libros viejos que siempre tiene mezclados por ahí, de esos marroncitos con olor a historias eternas. Es una esquina que me encanta mirar a esa hora, porque le da todo el sol en sus paredes bordeaux, y se cuela por la puerta. Cosas lindas que todavía conserva mi pueblo. Me acordé que ando necesitando una lecherita, asiq entré. Estuve un rato mirando cuadros, tacitas, lámparas, y porsupuesto libros.

Después de un poco de charla amable con la dueña, volví a casa con la lecherita, que no es la que me imaginaba pero sirve: gordita y panzona, para no tener que andar rellenando cada dos por tres. Y con la consabida pilita de libros, claro. Feliz con mis hallazgos: poesía criolla, unas adaptaciones de leyendas de wagner para chicos y alguno más... 

¿Y las papas señora? Aahh ¡las papas! Bueno, esta noche será con arroz.

viernes, 6 de junio de 2025

Libro nuevo


 

Antes de acostarme, la ronda de todas las noches que hacemos las madres. Apagar luces, saludar a la luna por la ventana del living e ir cama por cama a taparlos a todos y darles otro beso de buenas noches. 

Cuando llegué al cuarto de los varones, ví que la luz todavía estaba prendida. Me asomé despacio y contemplé la escena: mi hijo mayor, sentadito en su cama, con su pijama de invierno, los ojos abiertos de par en par y el libro nuevo en las manos. Un libro nuevo de esos que tienen el lomo medio ajado, las hojas marrones, dos o tres firmas de dueños anteriores y un olorcito muy característico. 

Te está gustando el libro? -le pregunté. 

Silencio como respuesta. 

Esperé paciente, mirando como paseaba los ojos por las letras, leyendo en su carita mientras él leía su libro. 

¡Lo terminé mamá! - me respondió feliz. 

Con la felicidad de libros viejos nuevos, de andar por mundos desconocidos y vivir aventuras a través de unas páginas marrones. 

Concedeme Señor la gracia de no perder nunca esa felicidad.