«Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas» Antonio Machado
Aprovecho un ratito antes de preparar la comida de la noche para poner algunas ideas en orden. O más o menos. Por las dudas, vaya la aclaración: no es una apología de la vagancia, ni una crítica a las actividades “extraprogramáticas” de los chicos en sí mismas, ni el panfleto de una "cruzada amish". Son cosas que vengo pensando, y que creo que es bueno poner por escrito para seguir pensándolas, y con el ida y vuelta que genera esto, seguir dándoles vueltas.
Estoy hace varios días sin teléfono, porque se rompió y el arreglo está tardando más de lo previsto. Ya de por sí, arreglar un aparato, es algo que no se estila, pero quise hacer el intento.
No me había dado cuenta para cuántas cosas lo uso, hasta que me quedé sin él. Comunicaciones, agenda, pagos, miles y miles de recordatorios, para llevar a los chicos al médico e ir a la farmacia e incluso para escribir, para escuchar música, para buscar recetas de cocina y un largo etcétera.
En estos pocos días sin el telefonito, tuve que volver a lo viejo en muchas cosas. (“Lo viejo funciona, Juan”, habrá pensado alguno).
En el auto volví a escuchar CDs. Tengo unos "nuevos", de Tonny Bennet y Frank Sinatra, otros de folklore, Silvio Rodriguez, Promúsica de Rosario, y hasta guitarra clásica, la verdad es que no nos aburrimos. Escuchar un CD implica elegir, (intentando no pelear) y después, que suene una canción atrás de la otra del mismo cantante: estamos escuchando una música y no saltamos a otra y otra. No se corta con otras cosas que suenan en el celular, ni se apaga porque perdemos la señal. Pero sólo se puede escuchar lo que tenemos en la guantera, ni más ni menos.
Volvió a la cartera mi cuadernito, el de escribir ideas, pensamientos y párrafos, algún pedazo de cuento. En un par de días nomás, está mejorando un poco mi letra (un poco, que tampoco es magia...).
Y sobre todo, veo que es más fácil hacer una cosa a la vez sin el teléfono, o más bien, poner atención a las cosas, y darles tiempo. Manejo para buscar a los chicos al colegio y estoy en eso. Pienso cosas que quiero resolver, o decirle a mi marido, o algo que tengo que avisar y no puedo hacerlo. Cuando llegue a casa, desde la computadora les avisaré. O cuando vuelva mi marido del trabajo y nos sentemos a conversar, se las diré. Y si es algo importantísimo, que no puedo dejar librado a mi memoria paupérrima y atrofiada, entonces pongo balizas, freno a un costadito y anoto en el cuadernito. Y es incómodo a veces, pero es mejor, porque los pensamientos decantan. No es un fluir permanente, sino que hay más tiempo para rumiar las cosas, darles forma, y elegir qué, cómo y cuándo decir.
No quiero con esto iniciar una cruzada anti-tecnológica. El celular es una herramienta, que en muchos casos es útil, y la cuestión es más profunda, va más allá de uso que le demos. Pero sí creo que es bueno no estar atada. Y sobre todo, vuelvo a pensar en la locura por hacer que tenemos y que nos lleva puestos, y qué poco nos ocupamos del ser. Al final del día, cuando repasamos las horas, medimos el éxito, si fue o no un buen día, según cuántas cosas logramos hacer. Un buen día es aquel en el que pudimos hacer todo lo que teníamos que hacer, un día en el que fuimos eficientes, que logramos hacer.
La protagonista de unos libros que leí varias veces cuando era chica decía, cuando un lugar estaba muy lleno de cosas: "No deja campo para la imaginación”. Y así estamos. Llenos de listas y listitas, cuadros de tareas y vidas cronometradas y de alguna manera, nos sentimos más importantes cuando decimos que estamos "a full", que estamos muy ocupadas.
El éxito en la vida se mide un poco por ahi: “mirá que bien Fulana, que trabaja, tiene a los chicos impecables, hace pan casero, los lleva a sus hijos a todas sus actividades, no se olvida de nada y hace y hace y hace”...
Y eso mismo nos pasa a las que somos madres, con nuestros hijos. Los llenamos de actividades, porque queremos que sean los mejores. Creemos que haciéndolos hacer, los vamos a sacar buenos.
¿Qué estamos buscando para nuestros hijos? ¿Un espíritu colaborativo empresarial, el éxito como líderes positivos, o que tengan una buena vida? Y cuando digo una buena vida, no piensen en pasar el día tirado en una hamaca paraguaya con una pila de libros, manzanas jugosas y paquetes de M&M (pero qué lindo ¿eh?). Una buena vida, digo. Una buena vida es aquella que los lleve al Bien, que los lleve al Cielo. Y nada más. Y nada menos.
Tengo claro que hacer lo que nos toca, cumplir con nuestro deber, nos ayuda a llegar al Cielo. Y entonces, hay que hilar fino y pensar. Qué es lo que realmente es el deber (lo que nos enseñaron siempre, en el catecismo y en casa: el famoso deber de estado) y qué son reglas, tareas e imposiciones del entorno, de ideales mal orientados, e incluso muchas veces de nuestra soberbia. En cada caso, cada uno verá. Hay muchas cosas que en sí mismas son buenas, pero que no son para todos en todo momento. Si el niño va a clase de música, a fútbol para hacer amigos, a taekwondo para aprender a dominar el cuerpo, a taller de escritura, a clases de oratoria para prepararlo en su misión de líder positivo, a rugby para descargar energía, a inglés porque sin el inglés no sos nadie, a alemán porque es el idioma de sus antepasados, a un voluntariado en la parroquia y al colegio y al dentista, y, y, y..... Hubiera sido una picardía que la madre de Mozart no lo mandara a clases de música desde pequeño, pero no todos nuestros hijos son Mozart. Es cierto que todos tienen que colaborar en casa, pero que sea siempre para el bien de cada uno, y que redunde en bien común, que no sea ni para alivianar mi carga, ni para que la gente del entorno diga: "¡Ah!, ¡qué bien!, ¡qué organizada!". Los aplausos que tenemos que querer cosechar son los que resuenan en la eternidad.
Y de nuevo, veo que estamos subidos todos a la rueda del consumo y la producción. Todos. Incluso los que creemos que vamos contracorriente. Son distintos los productos que consumimos, pero la actitud es la misma. ¡La que no haya llenado carritos de compras innecesarias en internet, que después nunca compró, que tire la primera piedra! Necesitamos tener y tener, tener ropa, tener cosas lindas para la casa, tener mil objetos que nos “solucionan la vida” o tener "los libros que hay que leer" en ediciones bellas y cuidadas, expuestas en sólidos estantes, para que no lea nadie nunca, porque con todo lo que hay que hacer, no queda tiempo para tirarse en el sillón a viajar en submarino.
Incluso a veces pareciera que la educación de nuestros hijos es también una cadena de producción. Nos desvelamos y bregamos por lograr un buen producto final. Que mi niño se destaque. Que sea excelente orador, líder, deportista, que domine varios idiomas y que desarrolle todas las habilidades necesarias para triunfar en la vida. Estamos errando el camino, porque no vemos el fin. No nos creemos de veras que la meta es el Cielo.
Si no puedo quedarme extasiada mirando por la ventana la belleza del sol en esa telaraña que no limpié, porque me persigue un reloj gigante, ¡¿para qué quiero la vida?! (Un ratito, no se preocupen que después la limpio, y la vida sigue teniendo un sentido).
Creo que, a esta vida acelerada, en la que lo inmediato es lo corriente y todo está bajo control, lo mejor que podemos darles a nuestros hijos es una vida que vaya despacio. Despacio, para poderla vivir, para poderla gustar, que nuestra vida es un don, un regalo de Dios. En eso, los niños son maestros. No importa si alguna vez el desayuno se hace largo porque cada uno contó lo que había soñado, no importa si tarda un poco más en bañarse porque descubrió la acústica especial que tiene el baño o si se fue la mañana juntando vaquitas de San Antonio y bichos bolita, porque sí. No importa si la mañana se pasó, viviendo nomás, y llegó la hora del almuerzo y de ir a clases. Porque las horas que pasan son eso, LA VIDA.