Caminaba al trabajo, sumida en mis pensamientos. Volando mi imaginación por lugares lejanos, y a la vez atenta a esos detalles a los que nadie presta atención.
Un grito desbordante de alegría me trajo de nuevo a la ciudad:
“¡¡Abueeeeeloooo!!”
Busqué con la vista y encontré al autor de tanto alboroto. Un chiquito de unos cinco años, pelo arremolinado y rebelde y una sonrisa de dientes de leche que era la inocencia misma. LLevaba su pintorcito y su mochila con risueña seriedad. Claro que ahora que iba al jardín era grande, no como su hermanito que quedaba durmiendo en casa.
Alegrías ajenas que despiertan la propia alegría.
Seguí mi camino al son de canciones infantiles, con el alma inundada de buenos recuerdos.
¡¡Qué liiiindo, Rochi!!
ResponderEliminarMuy tierno!!!
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